La última novela de Leonardo Padura, “El hombre que amaba a los perros”, da comienzo en el año 2004 con un personaje llamativo, Iván. En el pasado, este personaje se consideraba una promesa de las letras cubanas, pero el contexto del país lo obligó a decaer en su profesión, terminando por abandonar la literatura y consiguiendo un espacio para ganarse la vida, corrigiendo textos en una revista veterinaria.
En un momento, Iván Cárdenas conocerá a un personaje cargado de misterio, entrará en escena para girar su presente. Una novela que lee, junto a una historia contada por el enigmático hombre, generará tormento en Iván al intentar conseguir respuestas de continúas interrogantes que surgen dentro de su cabeza.
Una historia que terminará con el intento por atar cabos y la reconstrucción de hechos, en cuanto al asesinato de un tercer personajes; mientras que en la vida de los tres personajes, poco a poco se insertan respuestas y aparecen claves que alumbraran un crimen, pero la novela va mucho más allá y se puede considerar como un libro que trata las pérdidas profundas y la desilusión que habita en el ser humano, con la descripción acertada capaz de hacernos sentir el frío de Siberia, la calidez de Cuba y la magia de París.
En 2004, a la muerte de su mujer, Iván, aspirante a escritor y ahora responsable de un paupérrimo gabinete veterinario de La Habana, vuelve los ojos hacia un episodio de su vida, ocurrido en 1977, cuando conoció a un enigmático hombre que paseaba por la playa en compañía de dos hermosos galgos rusos. Tras varios encuentros, «el hombre que amaba a los perros» comenzó a hacerlo depositario de unas singulares confidencias que van centrándose en la figura del asesino de Trotski, Ramón Mercader. Gracias a esas confidencias, Iván puede reconstruir las trayectorias vitales de Liev Davídovich Bronstein, también llamado Trotski, y de Ramón Mercader, también conocido como Jacques Mornard, y cómo se convierten en víctima y verdugo de uno de los crímenes más reveladores del siglo xx. Desde el destierro impuesto por Stalin a Trotski en 1929, y desde la infancia de Mercader en la Barcelona burguesa, sus amores y peripecias durante la Guerra Civil, o más adelante en Moscú y París, las vidas de ambos se entrelazan hasta confluir en México. Ambas historias completan su sentido cuando sobre ellas proyecta Iván sus avatares vitales e intelectuales en la Cuba contemporánea y su destructiva relación con el hombre que amaba a los perros.